Santiago Antonio Grimalt Gómez
La Pampa tan generosa seguía prometiendo. En 1929, en plena crisis europea, este enorme horizonte hacía ademanes de abundancia y concesión. Describía las ruedas de los molinos mecánicos que se alzan en la pampa como auténticas ruedas de la fortuna. Pero cuando las promesas no se cumplían la derrota era atroz. Se asistía entonces a una fractura del sueño promisorio en el que, al no realizarse, los argentinos quedaban atónitos, como perdidos en un vacío. Sentían melancólicamente el hueco de su propia vida evaporándose con sus fortunas y prestigios nacionales o particulares.Advertía Ortega en el 29 que se hablaba mucho de la Argentina; demasiado en proporción a lo que realmente era el país. Esta sociedad sudamericana hacía mucho ruido en el mundo y se hablaba casi siempre mal del argentino como símbolo de humanidad deficiente. Ortega no compartía esta visión negativa, lo cual no le impedía hurgar en los síntomas graves de sus recurrentes crisis políticas y sociales.
Encontraba que la mera fuerza mecánica de su éxito económico no bastaba para explicar su existencia. Encontró en épocas de Yrigoyen un Estado sólido, rígido, con grave empaque, separado por completo de la espontaneidad social, vuelto frente al individuo con rebosante autoritarismo. Le hacía recordar al modelo estatal de Berlín. Tenía perfil jurídico pero ejercía el rol del gendarme de instituciones públicas y privadas. No le dio tanta importancia Ortega a las irregularidades administrativas, prefería destacar el alto módulo que tenía el Estado de sí mismo, lo que producía la utopía de un proyecto nacional incumplido proyectándose en una existencia "chabacana".
Sospechaba Ortega que la causa mayor de su progreso dependía de la fertilidad de sus tierras y del factor económico ganadero. Esta eterna prosperidad agroganadera, anulaba otras germinaciones sociales produciendo broncas irracionales en un Estado convertido en máquina formidable. Las masas en tiempos de Yrigoyen estaban encantadas de ver a su Estado funcionando arrolladoramente, triturando toda voluntad indócil que se le enfrentara. Temía Ortega en tiempos de bolchevismo y fascismo europeo que este modelo de Estado autoritario argentino aplastara la espontaneidad social y creativa del ciudadano o de grupos particulares. Desconfiaba de la valoración "hipertrófica" del Estado que transitoriamente padecían las naciones europeas.
Sin embargo el gran peligro del sueño argentino pasaba por la creación de una ilusión óptica facilista que pintaba avenidas seductoras de inconmensurable prosperidad mientras el ciudadano medio parecía vivir encorsetado en una coraza, sin una realidad social congruente y sin continuidad en el sueño americano. Frente a las cosas, los argentinos fabricaban modelos excesivos que no servían para entenderse entre sí mismos.
Vivían a la defensiva, inseguros, hablando por delante de las cosas, ocupados en defender su persona sin que nadie la atacara. Este vivir en estado de sitio cuando nadie asediaba, le resultaba a Ortega un instinto extraño. El argentino, afirmaba Ortega en su ensayo El hombre a la defensiva, ocupaba la mayor parte de su vida "en impedirse a sí mismo vivir con autenticidad". Esa preocupación defensiva frenaba y paralizaba su ser espontáneo y dejaba sólo en pie su persona convencional inauténtica. A pesar de que al argentino le caracterizaba la audacia, la viveza criolla, este argentino no sentía su conciencia tranquila manifestándose detrás de una careta simuladora, siempre en peligro de verse desplazado por el apetito de los demás.
Este carácter defensivo Ortega lo atribuía en parte al efecto de la inmigración, a la que no pinta con el romanticismo usual del mito del crisol de razas. Para Ortega el fenómeno consistía de miles y miles de hombres nuevos llegando a la costa atlántica con un feroz apetito individual, carentes de toda interior disciplina, gente desencajada de sus sociedades nativas, un inmigrante abstracto, italiano, español o sirio que había reducido su personalidad a la exclusiva mira de hacer fortuna, dejando libre la audacia. Esta exageración del apetito económico a cualquier precio no sólo generaba abusos y corrupción, era también rasgo inevitable que sometía al ciudadano a la presión de otros apetitos en torno.
Encuentra Ortega al argentino, antes de la gran depresión internacional, excesivamente preocupado porque no sabía vivir de sí mismo al fallar los apoyos y alianzas comerciales del exterior. Sacrificaba en pro de lo económico otros aspectos de la vida íntima del argentino, movilizándose en una sociedad con profesionales en alerta para no perder puestos de trabajo, sobre todo en entidades públicas de carácter rentista, poco eficientes y de espaldas al bien común. Le interesaba a este burócrata su puesto público para hacer fortuna y ascender en la jerarquía social, siendo los oficios "camisas de serpiente" que mudan, salvo que en Argentina no suelen ni siquiera ser de la serpiente que las viste.
Otro aspecto que indicó Ortega era la incapacidad del Estado de realizar una cohesión social y nivelación de clases equitativa. Hasta 1939 encontraba al hombre factoría en la periferia de la nacionalidad. La Argentina con su ritmo acelerado no le permitía a sus clases integrase socialmente. El ritmo de improvisación y aceleramiento argentino no conducía a una lenta asimilación de sus componentes sociales ya que su propia pujanza no conducía a políticas más estables como se daba en Chile y Uruguay.
A pesar de sus profundas críticas sobre los elementos que paralizan al argentino, entre los cuales incluyó su excesivo narcisismo, Ortega afirmaba que este pueblo era el más vigoroso que existía en Sudamérica, aun cuando le faltaba liderazgo y minorías enérgicas que suscitaran una moral nueva. El día en que estas minorías enseñaran al hombre argentino a aceptar hondamente su destino, a existir formalmente y no gesticulando o representando un rol imaginario de imagen ideal, Ortega aseguraba que "la Argentina ascenderá de manera automática en la jerarquía de las más altas calidades históricas, porque el hombre del Plata es uno de los mejores dotados que acaso hay".
Ortega y Gasset básico
MADRID, 1883-1955. FILOSOFO.
Hijo de una familia de la alta burguesía ilustrada madrileña, después de estudiar en las universidades de Deusto y en la Central de Madrid, realizó tres viajes a Alemania (1905, 1907 y 1911), donde profundizó en el idealismo, que sería la base de su proyecto de regeneración ética y social de España. Fue catedrático de Psicología, Lógica y Etica en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid y de Metafísica en la Universidad Central de Madrid. Apoyó la República y residió en Buenos Aires tras el triunfo de Francisco Franco. Esta estancia, y sus dos viajes anteriores, le crearon fuertes lazos con el país y su cultura. Entre sus obras más destacadas figuran "España invertebrada" (1921), "El tema de nuestro tiempo" (1923) y "La rebelión de las masas" (1930), de gran repercusión internacional.
Un filosofo de combate >>
Por: MARTA CAMPOMAR.
Vicepresidenta de la Fundación José Ortega y Gasset de Argentina


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